No es necesario llevar nada en ellos; pero son necesarios, los bolsillos. ¿Dónde,
si no, nos guardaríamos las manos cuando no las estamos utilizando? Una mano
ociosa fuera de su correspondiente bolsillo podría, mente distraída mediante,
alzarse en mitad de una sala repleta de silencio y de gente que no se atreve a
preguntar.
Salir a la calle sin bolsillos es como salir desnudo. Lo que realmente nos
viste no es la ropa que llevamos puesta, sino lo que llevamos en los bolsillos:
el paquete de pañuelos, el o los paquetes de cigarrillos, el mechero de
repuesto, el mechero principal, el teléfono móvil, el monedero, la cartera, las
llaves, el giroscopio. ¿Imaginas el desastre que supondría salir a la calle sin
un giroscopio?
Uno cambia constantemente de ropa, pero rara vez cambia lo que lleva en los
bolsillos. Los cambios, si los hay, se producen de un modo gradual e
imperceptible. ¿Recuerdas lo que llevabas en los bolsillos cuando eras niño?
Cuando regresamos a casa, vaciamos el contenido de los bolsillos. Las llaves
son para entrar, y ya estás dentro. La cartera para el documento de identidad y
el dinero; tu casa es el único lugar donde no necesitas tener nombre ni dinero.
Los pañuelos y el tabaco los dejas a mano en cualquier sitio; al fin y al cabo,
¿que es la casa de uno, sino un bolsillo enorme donde todo se guarda? En casa
es donde nos guardamos a nosotros mismos hasta que ese otro yo aún más grande,
el mundo, nos reclama de nuevo.
Pero al ponerme el pijama me doy cuenta de que no lleva bolsillos. Porque
para soñar, aunque viajemos lejos, debemos ir ligeros de peso. Porque para
soñar nos metemos nosotros en el otro bolsillo: el de la casa, el de la cama,
el del cansancio; en el bolsillo sin fondo de los ignotos miedos y esperanzas,
que nos lleva toda una vida aprender a vaciar.