PUNTOS CARDINALES:
OESTE. Aquí nadie apagará nada, sino todo lo contrario.
NORTE. La temática y desarrollo de este blog dependerá única y exclusivamente de la fuerza y dirección del viento.
ESTE. El caprichoso autor se reserva el derecho de inventar un quinto, sexto y sucesivos puntos cuando le apetezca.
SUR. El lector dará a conocer este blog en sus círculos de amigos. Si tiene cuadrados de enemigos, que lo haga también allí.

viernes, 22 de junio de 2012

Los sentidos perdidos

Recuerdo aquella entrevista perfectamente. El entrevistador, Joaquín Soler Serrano, advierte: "Porque el amor es ciego, o eso dicen...". Y el entrevistado, un enorme Juan Carlos Onetti, se agarra al sillón y, como el que nunca se ha repuesto de algo, añade: "¿Ciego? ¡Además es sordo!".



Hay que ir con tacto;
tocar, además, con la lengua primero
y con el corazón nunca. Si se toca el corazón, se ilumina
el gran
sol
rojo
en la nariz del payaso.
Que cada acorazada célula del cuerpo
atienda a la razón de las armas.
Se le dice a la raquítica mente:
¡ama!;
se le dice al apesadumbrado pene:
¡ahora, tú, haz lo que la mente
ya no
puede!.

Tener olfato;
saber por el olor,
nada más que por el olor,
que en la cocina ya no hay nadie.
Y sólo queda, en aras
de la sensatez, apagar los fogones
y tirar el guiso
a la basura.

El hambre no se va.
Hay que tener siempre
algo de fiambre en la nevera. Y cerveza suficiente,
suficientemente fría, que derramar sobre tu rostro
cuerpo abajo
durante los años que dure el otoño calcinante.
La sed tiene un sabor afilado, polvoriento y seco
y, si abres la boca para beber,
se empantana el estómago con barro.

Se calma, sin embargo.
Con pan, mortadela y cerveza
se calma.

Sostuve la esperanza por un instante
antes de dar el primer sorbo; traté
de alargarla
masticando y masticando
antes de tragar el bocado,
la decepción.

Era hambre y era sed. Amor no era;
ni ninguna otra clase
de absurdos sentimientos.

¡Y qué paz, qué paz que da!
¡La panza llena,
y los sentidos
recuperados!




miércoles, 6 de junio de 2012

Eclipse




Se interpondrá entre nosotros
y la enorme bola de fuego
que nos hace azules.
Van a retransmitir el eclipse
por la radio.
Los que no podáis escucharlo
estad atentos.
Esto
no volverá a repetirse. Atentos
al pájaro que alza el vuelo desde la cornisa. Estad atentos
a lo que sea que venga
al doblar la esquina,
a los helados que se derriten
y al pan duro.
Estad atentos a la olla exprés, y al olor
de los semáforos: cuando la fruta esté ya verde,
dejad la voz en marcha y bajad del coche. Los escaparates
tendrán peces de tierra firme
a cambio de un rato para calmarse. En los relojes
las agujas tejerán el tiempo
en lugar de descoserlo.
Bajad
y dejad la voz en marcha,
que se escuche en la calle
el rumor de lo que vive
sin más. No despertéis
hasta que el sueño acabe;
y si os despiertan,
cerrad los ojos de nuevo
y regresad. Venid
y que el tiempo
no acabe.
Cuando los zapatos marquen las doce
será el momento de saltar a la pata coja.
Después el sol caerá rodando
por detrás del mar y las montañas,
y ya nunca, nunca, nunca más
volverá a repetirse
este día.
Lo sé
por experiencia:
ayer, sin ir más lejos,
sucedió
lo mismo.