El último lugar donde uno espera encontrar algo
de filosofía es en un videojuego. Tendemos a verlos más como un matatiempos que
como una experiencia. Solemos olvidar que la mejor experiencia es la que se
adquiere jugando, que la vida, la Gran Experiencia, es nada más y nada menos
que un juego en el que disponemos tan sólo de un intento.
Me apetecía no pensar en nada, no complicarme,
ver colores moverse alegremente y echar a correr el mundo ante mis ojos. “Qué
mejor juego para eso que Sonic”, me dije.
Uno se echa a correr por esos mundos a una
velocidad tan endiablada, que el mundo casi ni se ve. Los enemigos tampoco hasta
que no están encima. Pero no te matan, sólo pierdes los anillos; y si no
recuperas a tiempo aunque sea uno solo… El primer golpe no te mata, te mata la
estupidez, el desenfreno de tirar para adelante sin haberte recuperado.
No hay que buscarle los tres pies al erizo. No
hay filosofía en Sonic, no hay enseñanza. O al menos no esperamos encontrarla.
Sólo queríamos jugar, ¿no? Déjate de comeduras de cabeza.
O quizá sí la hay.
En esas largas largas carreras por Green Hill a
veces encuentras algunos tramos en que el suelo se derrumba bajo tus pies. Si
te detienes un segundo, te vas abajo. Primero el suelo, luego tus pies, luego
tú, y luego vuelta a empezar o fin de la partida. Tails, ese zorro astuto capaz
de volar haciendo girar sus dos colas cual hélice de helicóptero (nunca le des
peyote a un diseñador de videojuegos durante la etapa creativa) nos da un
consejo en uno de esos tutoriales para tontos que tienen ahora muchos
videojuegos: "Verás que a veces el suelo se derrumba bajo tus pies; pero
no te preocupes, sigue adelante sin detenerte y no te pasará nada". Solté
el mando sobre la mesa. Di un sorbo al café y prendí un cigarrillo. Me eché a
reír.
Quizá sí la hay. No deja de ser una fábula; no en
vano todos los personajes son animales, el protagonista un puercoespín del
color del cielo en primavera, y el objetivo rescatar al resto de animalillos del
bosque secuestrados por el malvado enemigo a derrotar: el Doctor Robotnik, un
hombre rechoncho cuya alma, en algún momento, fue devorada por la tecnología.
“Verás que a veces el suelo se derrumba bajo tus
pies; pero no te preocupes, sigue adelante sin detenerte y no te pasará nada”.
Recordé
la vieja historia de la mujer de Loth convertida en estatua de sal por
detenerse a mirar atrás. Recordé
también el eslogan del whisky Johny Walker: "Keep walking", que tanto nos ha dado que hablar en noches de alcohol y delirio. Aparecen
por todos lados mensajes animándonos a
no detenernos, como un auriga fustigando a los caballos. “¡Más madera, más
madera!”, que gritaría Groucho Marx a lomos de una locomotora que se devora a sí misma y que no tiene nada
que envidiarle a la serpiente Ouroboros.
Y una mierda. Hay que detenerse. No para siempre,
pero hay que detenerse cada tanto. Mirar el puto paisaje, y disfrutarlo. Aunque
el jodido suelo se derrumbe bajo tus pies mientrastanto.